Escrito por:
En 1915, se publicó Ante la ley, un cuento, escrito por Franz Kafka, que narra la historia de un campesino que llega ante “el guardián de la ley”, implorando que le permita acceder a ella, no obstante, éste le responde que no podía ingresar en ese momento.
Al escuchar esta respuesta, el campesino se quedó pensando, pues le habían enseñado que “la ley era accesible para todos los hombres”, por lo cual, preguntó si se le permitiría ingresar más tarde, a lo que el guardián le respondió que era posible, pero que por el momento no podía ingresar.
Cuando el campesino intentó espiar en el interior, a través de la puerta de acceso a la ley, el guardián se echó a reír y le dijo que, si tenía tanta curiosidad, intentara entrar, pero que tenga presente que él, como guardián, es “poderoso” y que, entre sala y sala, hay más guardianes, cada uno más poderoso que el anterior.
Ante estas dificultades, el campesino decidió esperar sentado junto a la puerta, hasta que le permitieran el ingreso a la ley. Sin embargo, pasaron días, meses, años y pese a todos los intentos realizados por el campesino, el guardián no le permitió ingresar jamás.
Momentos antes de morir y después de años de inútil espera, el campesino resignado y con sus últimas fuerzas se acercó al guardián y le preguntó “¿cómo es que en tantos años nadie más que yo ha solicitado entrar?”, el guardián advirtiendo que el campesino estaba a punto de morir, le gritó: “Nadie más podía conseguir aquí el permiso, pues esta entrada solo estaba destinada para ti. Ahora me iré y la cerraré”.
Han transcurrido más de 100 años desde que se escribió este cuento, por tanto, sería impensable que en pleno 2023, historias como ésta se sigan repitiendo, ¿Verdad? Bueno, aunque no lo crean, en algunas Fiscalías de nuestro país, Kafka y sus “guardianes de la ley” siguen más vigentes que nunca. ¿No nos cree? Le pedimos a usted como lector, se imagine el siguiente escenario:
Una mañana, mientras usted lee esta columna, recibe un correo por parte de la Fiscalía General del Estado. En él, le notifican que tiene que acercarse a rendir una versión libre y voluntaria pues está siendo investigado por un delito de estafa, el cual se habría cometido en un cantón del Ecuador, lugar en el que cabe recalcar, usted nunca en su vida ha estado.
Desesperado, pide permiso en su trabajo explicando que le ha surgido una emergencia de vida o muerte, y emprende un largo viaje interprovincial, pues la Fiscalía que está a cargo de la investigación en su contra, se encuentra a siete horas de su domicilio.
Maneja su vehículo durante esas siete largas horas con el corazón en la boca, pensando en que, a lo largo de su vida, jamás ha cometido delito alguno y que evidentemente se debe tratar de un error.
Después de todo el trayecto, llega hasta el despacho fiscal y solicita, cómo es su derecho, acceder al expediente con el fin de conocer los hechos por los cuales está siendo investigado y así, poder defenderse de la injusta denuncia presentada en su contra.
Sin embargo, para su sorpresa, un funcionario que únicamente se identifica como “el secretario”, le dice que tal vez más adelante sea posible que lo dejen revisar el expediente, “pero que por ahora no lo será”, pues no tiene autorización del guardián, digo, del Fiscal, para que revise el expediente.
Usted se queda pensando, pues le habían enseñado que la ley era accesible para todos los hombres, por lo cual, intenta explicarle que usted es el denunciado y que es parte de su derecho a la defensa, conocer los motivos por los cuáles está siendo oficialmente investigado.
Ante su petición, “el secretario” le dice que, si usted es el investigado, no puede acceder ni siquiera más tarde al expediente pues “si conoce los hechos por los cuales se lo está investigando, usted se fugará del país”, pero que si desea, puede esperar unas cuantas horas, hasta que el Fiscal decida atenderlo.
Frustrado por las injusticias sufridas, decide esperar sentado que le permitan “acceder a la ley”. Finalmente, después de dos horas y media, un hombre que se identifica como “El Fiscal” lo recibe, solo para reiterarle que, pese a ser usted el denunciado, no puede revisar el expediente, pues así es como se manejan en esa Fiscalía, pero que si desea, puede ir al día siguiente y tal vez, lo deje revisar al menos una parte de la denuncia.
Agotado después de semejante viaje, decide regresar, derrotado, hasta su domicilio, con la frustración y tristeza a tope pues el “guardián de la Fiscalía” no le permitió conocer los motivos por los cuáles está siendo investigado, sin embargo, no pierde la esperanza de que, tal vez al siguiente día, el Fiscal finalmente le permita “acceder a la ley”.
¿Parece un cuento al más puro estilo kafkiano, cierto? Lastimosamente sucesos como el narrado siguen ocurriendo en pleno 2023 a diario.
Pues sí, la historia de la vida real expuesta no es la continuación del cuento de Kafka, sino que es la realidad que varias personas tienen que soportar a diario en las Fiscalías del Ecuador, pues, lamentablemente, todavía existe una minoría de “guardianes” que se sienten “poderosos” al impedir el acceso a la ley y menoscabar los derechos de las personas.
Por lo tanto, nuestro objetivo al visibilizar este tipo de historias, es llamar a la reflexión a aquellos “guardianes” que, en su limitado espacio de poder, no comprenden que en sus manos tiene la vida, libertad y tranquilidad de las personas. Es una invitación a toda la comunidad jurídica, para que, como verdaderos guardianes de la ley, seamos los primeros en respetar y garantizar los derechos de las personas inmersas en una investigación o proceso penal.
Es un llamado de atención para abogados, jueces y fiscales, para no cerrar la puerta de la ley a las personas que solicitan acceso a ella porque tienen derecho a hacerlo.
Como Rodríguez and Company, buscamos generar espacios de crítica y debate, que colaboren a la creación de un sistema de justicia penal más racional y humano, que limite las arbitrariedades y que garantice, a toda la sociedad, “el acceso a la ley”.